En Cataluña nacieron grandes impulsores del surrealismo artístico. En los últimos años con la llegada del conflicto hispano-catalán, la política española entró en un surrealismo político.
Tal y como el movimiento “Dadá” que antecedió al movimiento surrealista, se caracterizaba por una actitud irracional, en confluencia con la decepción por una Europa que se auto-mutilaba.
La mayor crisis política desde la transición democrática está revelando un dadaísmo político entre el estado español y los independentistas catalanes. Muchos dicen que el diálogo entre las partes es la solución para acabar o mitigar el conflicto hispano-catalán. Pero la pregunta que se impone es la misma: ¿qué diálogo? ¿De sordos?
Es muy difícil a los ojos y a la inteligencia de quien ve este enfrentamiento desde fuera, convencer a las partes beligerantes que tienen que asumir sus responsabilidades. Y el egocentrismo de los unionistas (o españolistas como son popularmente conocidos) e independentistas es muy complicado de bajar en intensidad.
Personalidades de varios ámbitos han intentado ejemplificar lo que está pasando en esta grave crisis constitucional.
¡Un edificio que arde! Hay quien hace la analogía de todo esto que se está viviendo como un edificio de 17 pisos, que uno está ardiendo desde hace varios años, pero el propietario del inmueble se mostró poco preocupado.
Sin embargo, el tiempo demostró que la inactividad amplió esta crisis política, que ahora es sobre todo social debido a la agitación que se ha generado durante todos estos años.
Toda esta novela política tiene muchos puntos de partida. Unos dicen que fue el recurso al Tribunal Constitucional del Partido Popular sobre el estatuto de la autonomía de Cataluña, que cortó gran parte de las normas refrendadas. Otros, a su vez, alegan que el actual estatuto fomenta los movimientos independentistas.
Desde el comienzo de esta guerra de nervios, pos verdad (qué palabra tan curiosa de la que políticos y afines gustan mucho mencionar para calificar la mentira) ¡es usada por ambas partes!
El lado catalanista tuvo la virtud de sostener una irrealidad hasta la desbandada de empresas de Cataluña. Nadie ha tenido hasta ahora coraje para crear un discurso implacable que afronte la falacia tal y como lo está construyendo el actual independentismo catalán.
La hipotética posibilidad de crear un nuevo Estado soberano europeo para ser reconocido a la moda kosovar, por una frágil Unión Europea que está llena de contradicciones, sólo podría hacerse en un escenario de pura demagogia.
Por el lado españolista, la determinación en que todo tiene que realizarse a la luz de la ley y de la constitución española (que está blindada por una mayoría cualificada), sobre todo cuando la realidad política en Cataluña y también en el País Vasco es distinta, nos confirman esa divergencia política.
Como sabemos los partidos nacionalistas de Cataluña y del País Vasco tienen una importancia política bastante superior a sus congéneres de las otras regiones de España.
Quien se olvide de esta situación sólo estará escondiendo su propia realidad como hace el avestruz al enterrar la cabeza en la arena.
El conjunto del estado español y de su sociedad civil tiene ahora la oportunidad de revertir este momento Dadá político. La decepción, la destrucción y el desencanto deben frenarse. Es el momento para una reconstrucción del Estado español.
A este período Dadá de amargura y de cansancio, deberá suceder en una primera fase el surrealismo de los sueños y de las emociones.
Al finalizar este período de surrealismo social, todas las partes deben unir fuerzas para que el realismo y la racionalidad política sean posibles.
En el plano práctico, la revisión constitucional es una parte de esa reconstrucción, que con buena voluntad y a pesar de las previsibles dificultades podrá permitir un entendimiento.
Pero el núcleo de toda esta cuestión catalana es también una cuestión española, y no podrá ser resuelto por métodos del imperialismo pasado como defienden los Riveras y los Casados del burgo centralista.
La reconciliación social es algo que costará muchos años en sanar, y será muy laboriosa para que se vuelva a la cordialidad que existía antes del estallido de esta tensión política y social.
La mala noticia es que todos los acontecimientos que ocurrieron a partir del 1 de octubre, también alimentaron a otra España más nacionalista y más extrema, defensora de un Estado más centralizado. Y si eso sucediera sería un retroceso muy grande en la democracia española.
Bruno Caldeira
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