Pocas veces al hablar de la historia de nuestra península se enaltece a personajes femeninos. Pero al visitar el Palacio de Aranjuez es inevitable recalar en una figura histórica: Bárbara de Braganza. Lejos de contar una biografía monárquica más, merece la pena conocer y situar a este personaje que se ganó el amor incondicional del rey y que ensalzó las artes en España.
Esta infanta portuguesa, hija de Juan V de Portugal, “El Magnánimo” y María Ana Josefa de Austria, se casó en 1729 con Fernando VI, por entonces Príncipe de Asturias, posteriormente llamado “El Prudente”, hijo del primer borbón de España, Felipe V, “El Animoso”.
Felipe V con el propósito de un acercamiento a Portugal organizó un doble matrimonio cruzado: su hijo Fernando se casaría con la princesa Bárbara, y su hija María Victoria, con José, el heredero al trono portugués.
Al margen de los intereses políticos de la época, a nivel sentimental el matrimonio entre Bárbara y Fernando fue todo un acierto. Fernando que vivió siempre el rechazo de su madrastra Isabel de Farnesio, encontró en Bárbara su alma gemela.
Ambos pasaron gran parte de su matrimonio aislados de la corte durante el reinado de Felipe V. Isabel de Farnesio intentaba así evitar la influencia de su hijastro como primogénito y presionar para dar a sus propios hijos una poderosa posición. La nobleza apostaba por una abdicación de Felipe, debido a su deteriorado estado de salud, pues Felipe V sufría de depresiones y padeció un trastorno bipolar.
En este contexto Felipe V, estando poco “animoso”, llegó a contar con la terapia exclusiva de la voz de Carlo Broschi “Farinelli” que llegó a la corte madrileña a petición de Isabel de Farnesio. En aquella época se solía castrar a niños de familias pobres con demostradas dotes de canto- aunque en el caso de Farinelli, parece ser que fue un accidente de caballo lo que provocó su castración. En la cima de su éxito Farinelli se retiró para cantar exclusivamente para la corte de España. Se ganó así el favor del rey, la reina consorte, Fernando y sobre todo a Bárbara de Braganza, gran amante de la música y las artes, pasiones que compartió con su esposo.
María Magdalena Bárbara Xavier Leonor Teresa Antonia Josefa de Braganza, conocida como Bárbara de Braganza, “la amantísima” nació en Lisboa, y había heredado de su padre el amor por el arte y la cultura. Hablaba seis idiomas y tocaba el clavecín. Su carácter diplomático, como buena portuguesa, le confirió grandes dotes para la política exterior asesorando a su marido durante todo su matrimonio.
Bárbara fue la única esposa de Fernando VI. Aun siendo su matrimonio una cuestión de estado, como era habitual en aquella altura, ambos se profesaron un gran amor, fidelidad y admiración. Se dice que Bárbara no era especialmente agraciada en cuanto a su físico, pero su personalidad y sensibilidad cautivaron a su marido, y más tarde a la corte madrileña y a todo el pueblo.
El aislamiento al que fueron sometidos durante su principado, por su madrastra, lo gestionaron inteligentemente manteniendo secretas alianzas con la corte española y también con el extranjero.
Así, cuando Felipe V murió en 1746 a causa de un ataque cerebro-vascular, pocos días después el proclamado rey Fernando VI expulsó a Isabel de Farnesio del palacio real del Buen Retiro, enviándola a vivir al palacio de La Granja de San Ildefonso. La viuda esperaría allí más de diez años hasta ver en el trono a su hijo Carlos III.
De este modo sin la influencia de la reina viuda Isabel de Farnesio, el rey promovió la neutralidad y paz en el exterior junto con reformas internas. Bárbara pasó a ocupar un importante papel en la corte, principalmente como mediadora entre su esposo y el rey de Portugal. Y fundamentalmente promovió las artes y la cultura ganándose el afecto del pueblo.
El matrimonio nombró a Farinelli director de los teatros de la Corte: el del Buen Retiro y el del Real Sitio de Aranjuez. Fernando VI los convirtió en los teatros de ópera más importantes del siglo XVIII. Las artes gozaron de un mayor esplendor con su reinado. La Academia de Bellas Artes de San Fernando, el Jardín Botánico, y el teatro, recibieron el apoyo incondicional de la reina Bárbara.
Además de las artes, la reina consorte portuguesa promovió también la construcción del del Convento de las Salesas Reales de Madrid. Una vez inaugurado en 1757, sintiéndose ya débil y enferma, la reina se trasladó a Aranjuez.
El Palacio Real de Aranjuez era el lugar preferido para la primavera, este había sido terminado en 1743 por Felipe V. Era el lugar preferido para el rey Fernando VI que lo engrandeció y mejoró. Aquí el rey podía dedicarse a la caza, y la reina Bárbara a la música. Los grandiosos jardines, resaltaban sobre la árida meseta central de la península ibérica, y estaban regados con los ríos Tajo y Jarama. Aquí es donde Farinelli organizaba los conciertos de la “escuadra del Tajo”, con fragata, jabeques, y la falúa real, en un simulacro de batallas.
Pero en 1758 Bárbara falleció tras una larga agonía. Y fue enterrada en el convento de las Salesas que ella fundó. Fernando entonces entró en un estado de locura tras la muerte de su amada. Sus últimos días los pasó en el castillo de Villaviciosa de Odón, muriendo apenas un año después de ella, en 1759. Como los reyes no tuvieron descendientes, finalmente la madrastra Isabel pudo ver como su hijo, Carlos III se convertía en el siguiente rey. Pero la impronta de la reina Bárbara se hizo indeleble.
Pilar Elez
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