En los tiempos del proyecto del Tratado Europeo, el ajetreo era muy grande. Era tiempo del mediático lema “la integración europea”. Pero hoy, cuestionamos: ¿Quo vadis Europa?
Al cabo de casi dos décadas verificamos una deconstrucción europea. Y esta deconstrucción tiene como mayor ejemplo el Brexit. ¿Quo vadis Europa?
Anteriormente todos los sueños y utopías podían ser imaginados. Había quien hablara y reflexionara sobre una especie de “nación europea”, “los Estados Unidos de Europa”, pero el verdadero intento quedó en el proyecto de constitución europea.
Toda esta labor de Valerie Gicard d ‘Estaing quedó bloqueada por los resultados negativos en 2005 de los referendums sobre el proyecto de una constitución europea realizados en Francia y Holanda.
Sin embargo, con el veto popular no fue aprobado un nuevo tratado europeo: el Tratado de Lisboa que prácticamente mantiene la esencia del proyecto de tratado constitucional europeo, al tiempo que oculta el nombre de “Tratado constitucional”.
Desde la crisis de las deudas soberanas, la Unión Europea ha entrado en un perfecto desorden.
Pero tal desconcierto viene de su táctica, y no de su estrategia.
La estrategia hace mucho que se conoce: la federalización de Europa, y que en términos prácticos también puede interpretarse como la germanización de Europa.
Sin embargo, numerosas personalidades abogan por el afamado “espíritu europeo” que prometía la solidaridad, el progreso y la paz entre los pueblos.
Pero las tácticas venidas de Berlín dañaron mucho este destino.
Merkel al verse con las riendas de la Unión Europea, o mejor dicho con la pérdida de influencia de una de sus partes, Francia, no supo estar a la altura de las circunstancias.
Al igual que en la Segunda Guerra Mundial, Grecia volvió a ser un escenario hostil para las ambiciones germánicas de moldear Europa a su gusto.
Las pregonadas virtudes luteranas de la austeridad de Merkel hacían y forman parte de una de sus tácticas más conocidas.
Este tipo de Pax Germánica también se describe por Wolfgang Streeck “una hegemonía benévola, que extiende entre sus vecinos una sensatez universal y virtudes morales cuyo coste asume: una carga que vale la pena por el bien de la humanidad.”
Con la aparición de la crisis de la deuda soberana, especialmente en Grecia y Portugal, la ambición alemana para imponer su voluntad y su sistema financiero a los demás Estados miembros derrumbaría el principio de “espíritu europeo”.
Pero ahora no se contenta con su aparente superioridad moral. Quiere liderar directamente el proceso de germanización, en lugar de sus habituales intermediarios.
No es casual que el candidato del Partido Popular Europeo a la presidencia de la Comisión Europea, el alemán Manfred Weber quiera ser el gran protagonista de la política europea.
¡Da que pensar! ¿Quo Vadis Europa?
Una de las grandes virtudes de la creación de la Unión Europea y de todas las organizaciones predecesoras es ayudar a mantener el mayor período de paz en el viejo continente.
Desafortunadamente, las instituciones europeas y los Estados miembros no hicieron los esfuerzos suficientes para que los fantasmas horribles de la Segunda Guerra Mundial volvieran a la actualidad.
La aparición de la extrema derecha y de sus ideas sectarias, xenófobas, racistas y de persecución a los derechos fundamentales de cualquier ciudadano que viva en un Estado democrático y de derecho, no es exactamente un fenómeno reciente.
Este proceso es continuo y se ha sofisticado en su propaganda populista y demagógica.
Parece que los demonios del pasado están ahora bien presentes, donde año tras año este tipo de ideología se alimenta de los miedos, invade cada vez más Europa.
Por otro lado, sabemos también que la federalización de Europa está en marcha.
Varios fueron los intentos y las tácticas para influir y concretar este propósito. La última propuesta es la creación de un ejército europeo.
La centralización de las fuerzas armadas de los Estados miembros sería una abdicación de su soberanía en moldes casi irreversibles.
Para Wolfgang Streeck, la Unión Europea es como “un imperio liberal cuya cohesión se basa en teoría en valores morales, y no en violencia militar”.
Sin embargo, la adquisición de la autoridad de la violencia militar confería al federalismo europeo una consolidación muy fuerte en su relación con los Estados miembros.
Además de la inevitable oposición de los pueblos y de las estructuras de los Estados para que éstos conserven su soberanía, el federalismo europeo tiene también otro oponente: la extrema derecha.
Algunos analistas políticos sostienen que los partidos de extrema derecha ya no defienden la extinción de las instituciones europeas, sino moldearlas al gusto de sus intereses.
Sea por lo que se ejecute, lo que aquí se trata es una transformación radical de Europa. Esto es, acabar de forma abrupta el modelo que permitió en general la convivencia pacífica de los pueblos y su desarrollo social.
La Unión Europea no pudo aplicar políticas de confianza, sobre todo en la última década a los ciudadanos europeos. En cambio, prefirió la discriminación de los Estados miembros más delicados, apoyando la debilidad de éstos en la defensa de las virtudes del federalismo europeo.
Pero la historia ya demostró que las tácticas influenciadas por el miedo, tarde o temprano, se derrotan por las circunstancias de la vida.
¿Quo Vadis Europa?
Bruno Caldeira
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