INTRODUCCIÓN
Mientras que en las relaciones comerciales que se dan en contextos monolingües el idioma a usar viene dado, en comercio internacional la elección del o de los idiomas a utilizar requiere una decisión.
El idioma no es solo una herramienta de comunicación, es también el traje que llevamos a la reunión, es decir, parte de nuestra expresión cultural e identitaria, que, en un sentido amplio, incluye nuestra forma de negociar. Y como cualquier traje, puede estar hecho más o menos a medida. En mi experiencia profesional en comercio exterior, encontrar ese fino equilibrio entre hacer valer la cultura de uno y dar el espacio necesario a la del otro puede ser determinante para
hacer caer la balanza a nuestro favor, aunque a veces resulte complicado. Nuestra comodidad y la de nuestros interlocutores con el idioma o los idiomas usados, ayudará o dificultará el crear esa necesaria base de confianza mutua para que una negociación, sea cual sea el sector, desemboque en éxito. Como
en cualquier ámbito, elegir la opción óptima depende de que conozcamos el abanico de posibilidades completo a nuestro alcance.
En el contexto de las relaciones comerciales entre países de habla románica, el inglés actúa en muchos casos como lingua franca. Su uso recurrente contrasta con el desconocimiento sobre un método que aportaría herramientas lingüístico-culturales excepcionales a dicho contexto. Este método es la llamada intercomprensión románica y sus beneficios, aunque como decimos desconocidos por la gran mayoría, no son pocos.
INTER… ¿QUÉ?
La intercomprensión lingüística es un fenómeno histórico y natural, que puede definirse como aquel por el que dos o más personas se comunican hablando cada una su propio idioma. Practicado desde hace siglos, especialmente en el caso de la intercomprensión dentro de una misma familia lingüística. Por ejemplo, la románica, ha sido una forma de comunicación durante siglos en los
puertos en el Mediterráneo. Desde el ámbito académico a principios de los 90 comienzan a estructurar distintos métodos de aprendizaje. Estos métodos se irán poniendo en práctica con diversos programas financiados por la Unión Europea (Galatea, Eurom4, REDINTER, etc.), creando así un ecosistema de
intercomprensión con un conjunto de expertos en la materia.

En estos últimos años se ha dado un paso importante en su desarrollo pues se ha creado el sistema EVALIC. Este sistema permite, por primera vez, evaluar y acreditar las capacidades en intercomprensión latina en forma de titulación, análoga a la titulación oficial de idiomas. EVALIC también evalúa la llamada “interproducción”, es decir, la capacidad para adaptar exitosamente el lenguaje y la comunicación propias con el fin de hacerse entender. Porque sí, efectivamente, no es tan sencillo como solamente hablar tu idioma. Debes adaptarlo a tu interlocutor y eso se puede aprender.
Desde mi experiencia, tras años de investigación amateur por internet, en noviembre de 2019 pude por fin ver la forma que toda esta teoría tomaba en la práctica. Fue de la mano de la experta en intercomprensión Filomena Capucho, cuyo proyecto INTERMAR se centró en la formación en intercomprensión en instituciones navales y marítimas de Europa. Gracias a ella pude ser testigo y
ocasional participante de otro proyecto, Intermove for Trainers, cuyo objetivo era formar a formadores en intercomprensión en español, portugués, italiano, francés e inglés durante una semana en Viseu, Portugal. La primera jornada, tras la comida conversábamos en la misma mesa un grupo de españoles e italianos. A pesar de que habíamos ido hasta allí con el objetivo de practicar y
formarnos en intercomprensión, chocamos contra el muro de la realidad: tras una o dos frases iniciales en el idioma propio, el inglés hacía acto de presencia. No había manera, salvo cuando alguno de los presentes llamaba tímidamente al orden (plurilingüe), el inglés, que en esa situación concreta no era el idioma dominante de ninguno de los presentes, campaba a sus anchas.
Esto ocurre porque la intercomprensión rompe dos reglas no escritas del aprendizaje de idiomas tal y como lo hemos conocido hasta ahora. Por un lado, para que dos o más personas se comuniquen efectivamente tienen que expresarse en el mismo idioma. Por el otro, aprender un idioma significa
necesariamente expresarse en él. En cuanto a la primera, la barrera es sobre todo psicológica, y sin duda hizo acto de presencia en esa comida. En cuanto a la segunda, más allá de los que, por elección o necesidad personal o profesional, convivimos de manera habitual con varios idiomas, no todo el mundo tiene la misma facilidad para expresarse en idiomas distintos del materno o maternos, ni las mismas ganas de dedicar el esfuerzo necesario a desarrollar esas competencias. Algunos tampoco tienen el dinero o el tiempo que requieren. Sin embargo, seguimos concibiendo el aprendizaje de idiomas como una única vía posible: aprender un idioma en sus cuatro vertientes activas y pasivas (leer, escuchar, escribir, hablar). Yo mismo la practico y está claro que es una vía excelente, pero ¿significa eso que es la única o la más apropiada para todas las personas o todas las situaciones a las que nos enfrentamos?
INTERCOMPRENSIÓN Y COMERCIO INTERNACIONAL
Desde mi práctica profesional empecé a plantearme una hipotética aplicación de la intercomprensión al comercio internacional. Al comentar esta inquietud personal con una colega enfocada a los mercados de Francia e Italia, su respuesta no pudo ser más contundente: “Lo que yo necesito es comunicarme con mis clientes y el inglés nos lo permite”. Entendido, el inglés cumple la
función de lengua franca. Pero suponiendo que no podemos expresarnos en el idioma de nuestro interlocutor, ¿qué ofrece entonces la intercomprensión románica a nuestras relaciones internacionales en general y al comercio exterior en particular?

La intercomprensión, gracias a su principal característica de permitir a cada interlocutor expresarse en su idioma materno o dominante, permite aumentar la comodidad y la precisión en la comunicación. A más control del idioma, más control tenemos de la cercanía o distancia que queremos aplicar a la discusión, del tipo de lenguaje que queremos utilizar, de la ligereza o la gravedad que queremos dar a lo que queremos expresar, etc. En definitiva, tenemos más capacidad para usar el lenguaje a nuestro favor, para así alcanzar el objetivo que tengamos para ese encuentro en cuestión.
Además de la comodidad, la intercomprensión plurilingüe aporta una revalorización de las culturas presentes en la negociación, y por lo tanto, también de la de nuestro interlocutor, potencial cliente en comercio exterior.
¿Cómo? Colocando a los distintos idiomas en posición de igualdad. En mis años de experiencia en el sector, he aprendido que el factor cultural es primordial en nuestro día a día y, a veces, en el éxito o fracaso de nuestras comunicaciones. Y además tiene una doble vertiente: por un lado, conocer en profundidad y mostrar consideración por los valores y costumbres del otro, de aquel con quien
tratamos de llegar a un acuerdo; y por el otro, saber también hacer valer la cultura económica propia ante el otro. Ese equilibrio no siempre se alcanza, pero sirve de faro que guía al barco.
Podemos observar también que muchas culturas latinas se caracterizan a menudo por un apego muy marcado al idioma propio. El idioma es a menudo percibido como un factor identitario. A pesar del gusto que existe, por ejemplo en Italia por los anglicismos, hablarles en su idioma te abre puertas y esto incluye las comerciales.
De eso hablaba el experto lingüista Claude Hagège, cuando contaba en una entrevista publicada en L’Express la anécdota en la que la representación de una importante empresa francesa de aguas acudió a una reunión con un cliente en Brasilia. Cuando los brasileños vieron que los galos pensaban celebrar la reunión en inglés, mostraron su desacuerdo. ¿Por qué alejarse voluntariamente de los factores lingüísticos y culturales que, de hecho, les colocaban en una posición inicial más cercana?
Como afirma el profesor de Didáctica de Lenguas de la Universidad de Burdeos Pierre Escudé, con un proceso de aprendizaje en intercomprensión latina tal y como se ha ido perfeccionando en los últimos 30 años, harían falta 50 horas de formación para que una persona que domine una lengua romance pueda llegar a entender textos de nivel B2 en el resto de los idiomas latinos. Sí, cuando hablamos de intercomprensión latina también hablamos de ahorro de tiempo y
dinero. De eficiencia en definitiva. Si por alguna razón, no nos expresamos en su idioma, ni ellos en el nuestro, ¿es realmente el inglés la mejor alternativa?
A estas alturas, no hay que insistir demasiado sobre la importancia del comercio exterior para la economía de un país como España. Según datos publicados por el Banco Mundial, el comercio exterior representó un 67,5% del PIB español en 2018.
El ranking de países asociados lo lidera Francia, seguida de Alemania, Italia, Portugal y Reino Unido. En ese top 5, los tres países de habla latina acumulan un 31,1% del total del valor del comercio exterior. Si la voluntad por fomentar la intercomprensión románica se extendiese, es éste un ámbito en el
que habría mucho campo de acción.
CONCLUSIÓN
Volviendo al ejemplo mencionado, pasados los meses el tema del idioma volvió a surgir con mi colega. Tras unos meses de trabajo con clientes franceses e italianos, empezó a sentir que el uso del inglés aportaba ciertas resistencias a la relación con algunos de ellos. Ella seguía insistiendo en que no tenía ni ganas ni tiempo para aprender francés y menos aún italiano, aunque había matizado
su postura: “¡Si yo en realidad sólo quiero entenderles… Y que me entiendan!”. Et… voilà. He aquí el quid de la cuestión.
Entre personas que dominamos al menos un idioma latino, nuestra capacidad de intercomprensión latina es, por hacer un símil, como algunos músculos del cuerpo. Hasta que no nos ponemos en serio a hacer deporte no los descubrimos, pero ellos siempre han estado ahí. La intercomprensión consiste en entrenar herramientas plurilingües con las que ya contábamos pero que estaban
adormecidas.
Es un camino que además discurre de forma natural en paralelo al uso del inglés. Como ocurrió en el caso de Intermove for Trainers, el conocimiento mutuo del idioma inglés es de hecho utilizado por los sistemas de formación en intercomprensión como “puentes” ocasionales de entendimiento. Esto resultaría especialmente útil en relaciones comerciales de, por ejemplo, ámbitos industriales, en los que el lenguaje técnico es abundante y se apoya a menudo en normativas internacionales (habitualmente redactadas en inglés). El objetivo no es eliminar el inglés como lingua franca, sino entender que el propio concepto de lingua franca, es decir, de un solo idioma que solucione todas las
comunicaciones mundiales, hace tabula rasa de las distintas posiciones de partida. Ignora las posibilidades del plurilingüismo y la eficiencia de reutilizar herramientas con cuya base ya contamos por el hecho de dominar un idioma latino en nuestro caso. Si la distancia que me separa de comunicarme con un francófono fuese una recta de 5 metros, estoy eligiendo llegar a ese mismo
objetivo haciendo una curva de 25 metros, la misma que tiene que hacer por ejemplo una persona que sólo hable finlandés. Lo que la intercomprensión te sugiere es que no te compres una máquina nueva que haga con menos precisión una tarea que la máquina que ya tienes en casa hace. Empecemos por
desempolvarla.
El último día del curso en Viseu, acabamos en la mesa del restaurante prácticamente el mismo grupo de españoles e italianos. Sólo habían pasado cinco días pero ahora la conversación se producía cada uno hablando en su idioma y, lo más sorprendente, resultaba natural. Como ya hemos comentado,
la distancia fonética relativamente pequeña entre ambos idiomas fue sin duda clave para conseguir ese resultado en tan poco tiempo, pero si hubo un muro de ladrillos que cayó, fue sobre todo el psicológico. Habíamos roto una regla de oro grabada a fuego en nuestras cabezas: una buena comunicación entre dos personas requiere que las dos se expresen en el mismo idioma. Esta “herejía” no estaba exenta de una cierta sensación de extrañeza, pero el placer de expresarse con la plenitud que te da el idioma materno y entender al otro nos acabó de conquistar.
Mi intención es contar, en base a mi experiencia personal, que la intercomprensión funciona, pero para saberlo hay que experimentarla. La teoría suscita mucho escepticismo, pero su apuesta por una comunicación natural y culturalmente empoderada está ahí. Nuestros valores culturales tienen su
reflejo en nuestra forma de comprar y vender, y sobre todo, en nuestra forma de saber adaptarnos a las necesidades de nuestro interlocutor y entender cuáles son sus necesidades para así descubrirle como nosotros podemos o no servirlas. Los beneficios que la intercomprensión podría aportar a las
relaciones internacionales en general, y al ámbito del comercio exterior en particular están ahí esperándonos para que los exploremos. Otra lingua franca es posible.
¿POR DÓNDE EMPEZAMOS?:
HISPANOFONÍA Y LUSOFONÍA COMO PUNTO DE PARTIDA
El italiano y el español se sienten cercanos debido a la similitud fonética y a que ésta es bastante bilateral: es decir, ambas partes tienen una facilidad similar para entender el otro idioma. Sin embargo, es la conocida como iberofonía, es decir, el conjunto de territorios del mundo en los que se habla español y portugués, la que, por sus características y por su potencial grado de alcance a nivel mundial, estaría en mejor posición de salida.
El español y el portugués comparten alrededor de un 87% de léxico. Si bien es cierto que la intercomprensión automática no es del todo bilateral, al menos fonéticamente. Es decir, un lusófono suele entender con bastante facilidad a un hispanófono cuando habla, no así al contrario. Sin embargo, nosotros sí podemos entenderlo con mayor facilidad cuando hablamos de portugués escrito. En cualquier caso, el viejo paradigma de aprendizaje de idiomas que seguimos aplicando nos haría enfrentarnos al estudio del portugués como lo haríamos con, por ejemplo, el ruso. ¿Tiene sentido que un hispanófono empiece por el nivel A2 de portugués? Atendiendo al Marco Común Europeo de Referencia para las Lenguas, sí.
Pero el interés de adaptar la intercomprensión románica al eje iberófono va lógicamente más allá de Europa con España y Portugal. Estamos hablando de un campo de aplicación que se extiende también a África pero sobre todo a América.
La perspectiva puede asustar y no es para menos. Un empuje de la iberofonía desde la intercomprensión románica plurilingüe afectaría a nada más y nadamenos que alrededor de 700 millones de ciudadanos en el mundo que se pueden comunicar en español o en portugués, y que conforman un mercado mundial de casi 30 países en los que una u otra es lengua oficial. Desarrollar un sistema de certificado de intercomprensión de portugués para hispanófonos podría ser un
buen comienzo, pero primero sería necesario hacer un cambio de paradigma en nuestra forma de entender el aprendizaje de idiomas.
La intercomprensión iberófona, como en general la intercomprensión dentro de una misma familia lingüística, no beneficia solamente a los que ya hablan alguno de los dos idiomas. Puede ser también un aliciente para el que se acerca desde fuera, persona o empresa, que puede tener acceso a dos idiomas por el “precio” de uno. Un estudiante anglófono podría, por ejemplo, realizar un intercambio escolar o universitario en dos estancias distintas, una hispanófona y la otra lusófona, sólo con su conocimiento de español.
Jon Arozamena es Export Manager en francés, inglés e italiano y colaborador
en Radio Irún-Cadena SER en un espacio sobre relaciones transfronterizas.
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