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Ucrania, un año de guerra

Hoy es un triste aniversario: un año desde el comienzo de la invasión rusa de Ucrania. Un acontecimiento dramático para Europa y, en particular, mi generación, cuyo ingreso en la “aldea global” coincidió con el fin de la Guerra Fría y el derrumbe del comunismo soviético. Por un lado, fuimos testigos del sueño de libertad de Europa oriental, vivimos la creación de la Unión Europea, una vanguardia de paz y democracia, saboreamos las promesas de la globalización. Por el otro lado, el uso de la fuerza nunca nos abandonó: vimos las guerras en el Golfo Pérsico y los Balcanes, el genocidio de Ruanda, la furia de Al Qaeda y el Dáesh y, más recientemente, la vuelta a la competición entre las grandes potencias.

Europa ya no es el centro del mundo, sino uno de los múltiples centros de poder que componen el tablero internacional contemporáneo. No obstante, las imágenes que nos llegan del frente (los bombardeos, los tanques, los muertos, los refugiados y todo tipo de simbología bélica) nos llevan a una época siniestra, la del imperialismo militarista y las dos guerras mundiales. La analogía histórica no se limita a los aspectos rigurosamente estratégicos del conflicto, sino que abarca un abanico de consecuencias mucho más amplia como, por ejemplo, lo económico, lo social y lo cultural. La guerra en Ucrania no es un conflicto regional; su duración y su desarrollo tienen (y tendrán) repercusiones globales.

Entonces, ¿qué estamos aprendiendo de esta guerra? ¿Qué clase de lecciones podemos sacar para entender la evolución del conflicto? Y, lo más difícil, ¿cómo va a ser el mundo de mañana? Quiero proponer aquí cinco puntos, cinco claves de lectura que, espero, puedan clarificar dudas, ayudar a tomar decisiones adecuadas y, finalmente, poner más preguntas todavía. Porque, como se ve, sabemos cuándo empiezan las guerras, pero no sabemos cuándo y cómo terminan.

En primer lugar, la importancia de la “trinidad clausewitziana”. Elaborada por el general prusiano Carl von Clausewitz (1780-1831), uno de los mayores intelectuales de los estudios estratégicos, esta imagen muestra la estrecha relación que hay entre la política (Estado), las fuerzas armadas (Ejército) y la sociedad (Pueblo) de un país involucrado, directa o indirectamente, en un conflicto. En estas circunstancias, las finalidades estratégicas, las capacidades militares y los sentimientos de los ciudadanos deben encontrar un cierto tipo de equilibrio para que se consigan los objetivos establecidos. La combinación de una acción estatal eficaz, una cadena de suministro eficiente y un amplio respaldo nacional para el esfuerzo bélico son factores esenciales. A lo largo de este primer año, hemos visto como la interacción de estas tres variables, en cada uno de los dos bandos, ha ido determinando los avances y los retrocesos en el campo de batalla. La respuesta a la pregunta quién ganará la guerra está sobre todo aquí: en la movilización de recursos materiales y de consenso mediático.

El segundo punto que debemos tener en cuenta es la fragilidad que caracteriza el mundo actual. Los años de la Guerra Fría estuvieron marcados por una división ideológica que afectaba a todo el planeta; una partición, sin embargo, binaria, es decir, que excluía a una parte considerable de la población mundial del sistema de producción capitalista y de los mecanismos de protección social desarrollados por el Estado del bienestar en las democracias occidentales. En cambio, las décadas más recientes, a pesar de sus muchas contradicciones, se configura por la multidimensionalidad (es decir: amplitud) y la extensión (es decir: profundidad) de sus interconexiones globales. Lo vimos con las crisis de la deuda soberana, de los refugiados y del terrorismo. Lo vivimos, hace muy poco, con la pandemia del Covid-19. Lo veremos, si no actuamos con prisa, con los efectos devastadores del cambio climático. La guerra en Ucrania y sus múltiples secuelas, como, por ejemplo, la crisis energética y de los suministros alimentarios, nos dicen una cosa: que la necesidad de fortalecer y mejorar el sistema de gobernanza multilateral es un hecho imprescindible en las relaciones internacionales del siglo XXI.

En tercer lugar, hay que subrayar el papel de las nuevas tecnologías. La rapidez con la que el cambio tecnológico está modificando nuestras economías y sociedades es, quizás, el mayor reto político de nuestros tiempos. El proceso de aceleración de todo tipo de innovaciones está revolucionando el sistema capitalista mundial, con una concentración creciente de recursos en mano de muy pocos, y muy grades, conglomerados, cuyo lado oscuro son las desigualdades sociales, pecado original de los populismos y los sentimientos de desafección política. El cambio tecnológico también está afectando a la manera de cómo se va a la guerra: la invasión rusa de Ucrania está poniendo de manifiesto la importancia de sistemas de combates que ya forman parte de nuestras vidas, aunque no sabemos reconocer plenamente su papel: armamentos cibernéticos, drones e inteligencia artificial son algunas de estas nuevas herramientas. En mi opinión, la guerra Ucrania tendrá, para el siglo XXI, unos efectos muy parecidos a los que la Primera Guerra Mundial suscitó en el siglo XX: un acelerador de múltiples y profundos cambios tecnológicos a los que todos los gobiernos tendrán que responder para no quedarse atrás en el proceso de desarrollo económico y, a la vez, seguir garantizando la viabilidad de nuestros modelos de “sociedades abiertas” y defender derechos y libertades fundamentales.

La guerra en Ucrania y sus múltiples secuelas, como, por ejemplo, la crisis energética y de los suministros alimentarios, nos dicen una cosa: que la necesidad de fortalecer y mejorar el sistema de gobernanza multilateral es un hecho imprescindible en las relaciones internacionales del siglo XXI

Michele Testoni

El cuarto punto es la renovada centralidad de las ideas y los principios en nuestro espacio público. Me refiero tanto al resurgimiento de la ficción paneslava, aunque en la declinación autoritaria e imperialista de Putin, como de los valores occidentales de libertad e igualdad. La falacia principal de muchos de los aprendices de brujo estratégicos que leemos en la prensa o vemos en los medios de comunicación es, en efecto, la de olvidar que la definición de interés nacional necesita constantemente una contextualización normativa, es decir, no puede prescindir del sistema de valores que caracteriza la cultura política de un país o un conjunto de países. La guerra en Ucrania ha vuelto a poner en el centro del debate no sólo palabras como esfera de influencia o gasto militar, sino también autodeterminación, democracia y solidaridad. Nuestra visión del mundo y, por ende, nuestras finalidades de política exterior están determinadas tanto por nuestros objetivos materiales como por aquel abanico de normas que delimita y define lo que queremos ser.

Quinto y último: ¿qué tipo de paz podemos conseguir y aceptar? Los escenarios posibles parecen ser tres:

  1. una negociación que reconozca la estabilización del frente y, en consecuencia, la división de Ucrania en dos (como Alemania o Corea después de 1945);
  2. la derrota militar de Rusia y la retirada de sus tropas de todo el territorio ucraniano, Crimea también, un hecho que la convertiría completamente en un Estado satélite de Pekín;
  3. la capitulación de Rusia, el derrocamiento de Putin y un cambio de régimen que podría desencadenar un efecto avalancha, hasta la fragmentación territorial de Rusia (lo que pasó al Imperio alemán en 1918).

Todos deseamos que Rusia pierda. Desde hace tiempo, Putin se ha convertido en el prototipo de villano de una película de James Bond; parece un Saddam Hussein del siglo XXI, aunque con muchas armas nucleares.

Sin embargo, si queremos adivinar cómo y cuándo terminará la guerra, debemos contestar a dos preguntas: ¿qué costes estamos dispuestos a asumir para que gane Ucrania? Y, ¿qué costes estamos dispuestos a asumir para reconstruir Ucrania y, a la vez, soportar el declive económico y social de Rusia? El futuro de la guerra está en nuestras manos.

Michele Testoni, Profesor de Relaciones Internacionales de IE University

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