Hubiera querido escribir mi artículo de julio sobre la recién inaugurada presidencia española del Consejo de la Unión Europea. Me hubiera gustado analizar las cuatro prioridades indicadas por el gobierno de Pedro Sánchez: i) reindustrializar la UE y garantizar su autonomía estratégica abierta; ii) avanzar en la transición ecológica y la adaptación medioambiental; iii) impulsar una mayor justicia social y económica; iv) reforzar la unidad europea. Una verdadera “agenda progresista y de futuro para Europa”, según la vicepresidenta Nadia Calviño.
También hubiera deseado hablar de los otros ejes estratégicos del semestre español: la guerra en Ucrania y el gasto militar europeo; la inestabilidad de los Balcanes; las relaciones con China y los países Iberoamericanos y del norte de África; el fenómeno migratorio; etc.
Sin embargo, la cruda realidad me obliga a cambiar de enfoque y comentar las elecciones generales españolas del próximo 23 de julio, convocadas tras el batacazo sufrido por el partido socialista en los comicios autonómicos y municipales del pasado 28 de mayo. Un adelanto electoral que no sólo puede perjudicar “la buena racha de España en Bruselas”, sino que va más allá de la normal dialéctica política entre la mayoría y la oposición de una democracia consolidada como es España.
En esta prolongada campaña electoral, ya sobrecalentada por las elevadas temperaturas veraniegas, ha vuelto el lema de las “dos Españas”, a saber, el problema de la división violenta e irreconciliable, hasta el enfrentamiento fratricida, que ha caracterizado tanto el debate intelectual como la historia hispana durante casi todo el siglo XX. Una imagen que se basa sobre una triple fractura: una ideológica (derecha/izquierda), una religiosa (catolicismo integrista/anticlericalismo) y una territorial (centralismo/nacionalismos periféricos). De hecho, según un estudio reciente publicado por el politólogo francés Jean-Yves Dormagen, el “clivaje sobre la identidad de España” sigue siendo “el eje fundamental” del país ya que “ordena gran parte del espectro político” y explica su fragmentación y polarización.
En fin, lo que está en juego en las elecciones del 23 de julio es la opción entre avanzar o retroceder en términos civiles, sociales, medioambientales y, finalmente, políticos.
Michele Testoni
En estas semanas hemos visto hablar muy poco de innovación tecnológica, competitividad industrial, calidad educativa o sostenibilidad del Estado de bienestar. Son sobre todo los partidos progresistas, en particular el PSOE, los que intentan poner estos temas en el centro de la agenda mediática. A pesar de varios errores y leyes muy controvertidas, el ejecutivo de Sánchez ha gestionado de manera positiva la recuperación económica posterior a la pandemia del Covid: se han fomentado las inversiones, consolidado los derechos sociales y acrecido la reputación internacional del país. España sigue batiendo récords históricos en número de turistas extranjeros. Como tituló The Economist, “las cosas van bastante bien”.
En cambio, la derecha mantiene un relato casi exclusivamente identitario: a pesar de su largo programa electoral, por el momento el PP no ha sacado ninguna “medida estrella” que no sea la promesa de bajar impuestos y defender la unidad nacional – nada nuevo bajo el sol. Además, el candidato popular, Alberto Núñez-Feijóo, ha afirmado que, en caso de victoria, no suprimirá la reforma laboral impulsada por el gobierno actual – una legislación a la que el PP se opuso duramente. En EEUU se le habría acusado de ser un “flip-flop”, es decir, alguien que no tiene las ideas claras y que cambia de opinión según su conveniencia. Por no hablar de sus planes de política exterior, que varios medios han tildado de “una gran incógnita”.
Lo que está en juego el 23 de julio son los avances civiles logrados por la sociedad española principalmente en las últimas dos décadas. Por un lado, están atacados frontalmente por el auge de la extrema derecha de Vox: un partido xenófobo, negacionista de la violencia de género y los derechos de la comunidad LGBTIQ+, contrario a la “Agenda 2030” y la lucha contra el cambio climático, y heraldo de un conservadurismo rancio y antiigualitario. Por otro lado, están amenazados por las peligrosas ambigüedades del Partito Popular en su cínica política de alianzas con Vox: el PP es una fuerza política plenamente democrática y auténticamente europeísta, en cuyas filas, sin embargo, coexisten tanto unos centristas moderados y reacios a las posiciones de Vox como unos conservadores más radicales que ven a la extrema derecha como los miembros más folclóricos y gamberros de la gran familia españolista y anticomunista.

La estrategia del PP de intentar normalizar a Vox puede parecer necesaria e inevitable, una especie de mal menor; pero es muy temeraria en cuanto a la calidad de la democracia española. ¿Objetivos políticos de corto plazo, a pesar de su relevancia, justifican poner en riesgo los derechos y las libertades de miles y miles de ciudadanos, además de ser un grave retroceso cultural? Empero, es cierto que la radicalización verbal del PP (“derogar el sanchismo” o “que te vote Txapote”) y sus medios afines son el fruto de la aceptación de una oleada ultraconservadora caracterizada por la deslegitimación política, el extremismo religioso, los discursos de odio y una ofensiva generalizada contra las minorías y sus derechos. Varias “líneas rojas” que se erigieron contra la extrema derecha parecen haber caído ya. Se podría hablar de una “trumpización” de una parte de la derecha española.
Lo que está claro es que el resultado del voto español también tendrá consecuencias más amplias. El 23J será una prueba de estrés para delinear el futuro de la UE, sobre todo de cara a las elecciones europeas del 9 de junio de 2024. ¿Asistiremos a una nueva edición de la “coalición Úrsula”, el pacto entre populares, socialdemócratas, liberales y otras fuerzas que en 2019 eligieron a von der Leyen como Presidenta de la Comisión Europea? ¿O ganará la controvertida estrategia del líder del Partido Popular Europeo, el bávaro Manfred Weber (gran antagonista de von der Leyen), para establecer una posible alianza con los partidos nacionalistas y ultraconservadores del grupo ECR? En el ECR, recordémoslo, están los Hermanos de Italia de Giorgia Meloni, el polaco “PiS”, los Demócratas de Suecia, el Partido de los Finlandeses y, por supuesto, Vox. Cómo se creará el próximo gobierno español será de gran importancia para entender qué mayoría se formará en el próximo Parlamento Europeo.
Creo que no hace falta acordarse de cómo, en diferentes épocas históricas, la normalización de la extrema derecha ha fracasado estrepitosamente. En tiempos más recientes, se podría mencionar el legado tóxico del populismo de Berlusconi en Italia, las decepciones del Brexit, la estrella fugaz de Kurz en Austria o las groserías de Trump y Bolsonaro (este último inhabilitado por la justicia brasileña) y sus fallidos golpes de Estado. En efecto, la nuestra es una época en la que el número de las democracias se está estancando, o incluso disminuyendo; una en la que, como escriben Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su libro Cómo mueren las democracias, las libertades y las garantías ya no terminan de manera rápida y violenta, sino a través del debilitamiento paulatino y progresivo de las instituciones más básicas o la erosión de normas esenciales como, por ejemplo, la libertad de expresión. Al mismo tiempo, las multitudinarias marchas del Orgullo LGTIQ+ o, hace unos días, la rápida difusión en las redes sociales del hashtag #StopCensura son un indicador de que una parte significativa de la sociedad española aún posee anticuerpos fuertes.
En fin, lo que está en juego en las elecciones del 23 de julio es la opción entre avanzar o retroceder en términos civiles, sociales, medioambientales y, finalmente, políticos.
No soy (aún) español, así que no podré votar. Aprovecho de estas líneas para expresar una esperanza: gane quien gane (aunque ustedes han entendido perfectamente con qué partido y candidato voy), que se reduzca la virulencia del debate público. En las actuales circunstancias, esto depende sobre todo de la voluntad del PP de moderar su discurso y, en caso de victoria electoral, renunciar a pactar con Vox. Me doy cuenta de que, probablemente, soy demasiado optimista.

Michele Testoni es profesor asociado de IE School of International Relations desde 2013. También es profesor invitado en el Global Economy and Social Affair Master (GESAM), un programa conjunto administrado por la Universidad de Venecia Ca’ Foscari y la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Su investigación se centra en seguridad internacional, prestando especial interés a la política exterior de Estados Unidos y la OTAN. Ha publicado en varias revistas como la European Security y Quaderni di Scienza Politica. Es miembro de la Asociación Española de Ciencia Política y de la Administración (AECPA) y de la Transatlantic Studies Association (TSA), donde también forma parte del Comité Ejecutivo.
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