El profesor Robert Langdon de la Universidad de Harvard (personaje ficticio creado por el escritor Dan Brown e interpretado en la gran pantalla por el excelente Tom Hanks) es un científico que se vuelve detective, un Indiana Jones con los ademanes de Sherlock Holmes – aunque sin su característico humor británico.
Como ustedes recordarán, Langdon estudia la relación entre ciencia y religión, es decir, entre lo empírico y la fe, entre la física y la metafísica. Una cuestión fundamental en la reflexión filosófica occidental. Sin embargo, la saga literaria y cinematográfica de Langdon va más allá: tanto sus investigaciones académicas como sus búsquedas policiales tienen que ver con las contradicciones, incluso la duplicidad, de la naturaleza humana. ¿Cuánto de bueno y de malo hay en cada uno de nosotros? ¿Puede dividirse la humanidad en buenos y malos, en héroes y villanos?
Como el propio Langdon aprende en sus hazañas, hay ángeles maravillosos que ocultan talantes sombríos y demonios aterradores impulsados por una moral profunda pero enfermiza y violenta. El dualismo entre el bien y el mal no puede resolverse con un maniqueísmo drástico, simplista e ingenuo. La realidad no es un cómic o un cuento de los hermanos Grimm, sino una obra hecha de muchos claroscuros; muchos más de los que a veces creemos.
En estas últimas semanas, ángeles y demonios se han ido multiplicando, dejándonos en un sinfín de perplejidades e inquietudes. Muchos sufren una especie de “mareo geopolítico”, es decir, una sensación de vértigo y desasosiego debido al gran flujo de información e imágenes que a menudo no sabemos interpretar.
Quizás pueda aclarar algo con estas líneas.
Jueves 5 y viernes 6 de octubre, Granada, Palacio de la Alhambra: reunión de la Comunidad Política Europea (CPE) y del Consejo Europeo informal. Un éxito de organización para el gobierno de Pedro Sánchez, anfitrión excelente en poner en escena una de las caras más peculiares y atractivas del poder blando español, es decir, una combinación de orientalismo árabe y flamenco gitano – un guion con claros tintes internacionalistas y multiculturales.
Con toda su ritualidad, las cumbres europeas son una imagen perfecta de la visión “angélica” de la política internacional. Las democracias son diferentes, es decir, mejores, porque se basan en el Estado de derecho y, por tanto, la voluntad de desarmar sus relaciones mutuas e internacionalizar el imperio de la ley. Nunca dos democracias han combatido la una contra la otra. Su interés nacional no consiste en expandir su poder, sino defender y promover la libertad y el bienestar de sus ciudadanos. Una narración de tal envergadura ideológica que termina siendo excesivamente edulcorada. Es cierto: en democracia se vive mejor. Desafortunadamente, las democracias discrepan y pelean entre sí. Incluso juegan sucio. No son ni ángeles ni querubines.
Lo vimos en Granada, donde el esplendor arquitectónico no se convirtió en triunfo político. Una cumbre histórica, se dijo en la víspera. Sus conclusiones, sin embargo, no estuvieron a la altura de las expectativas. A pesar de la buena voluntad de muchos gobiernos, la “Declaración de Granada” destaca más por sus ausencias que por sus compromisos. Las más llamativas, en mi opinión, son tres: la ampliación de la UE, su autonomía estratégica y la cuestión migratoria. La primera, definida (y con razón) “una inversión geoestratégica en la paz, la seguridad, la estabilidad y la prosperidad”, no especifica cuándo, cómo y en qué medida se producirá esta ampliación.
La segunda pregunta sin respuesta se refiere a la persistencia de lo que mi amigo Andrea Rizzi ha llamado las “cuatro peligrosas dependencias” de la UE, es decir, sus debilidades estructurales en los sectores militar y energético y en materia de recursos y tecnologías estratégicas. Una vez más, ¿en qué se debería invertir? ¿En qué países? ¿Para lograr qué? Europa es un tren que viaja más despacio que EEUU y China. Sin embargo, sería injusto no reconocer que la Unión está haciendo sus deberes: el acuerdo sobre la reforma del mercado eléctrico va en esta dirección. La presidencia española del Consejo Europeo está demostrando ser, al menos en este tema, muy discreta y eficaz, atenta y sensible a los intereses de los Estados miembros.
Por último, el desacuerdo sobre la acogida de inmigrantes: un síntoma de que el nacional-populismo está muy bien asentado en todo el continente (a pesar del recién voto polaco) y de que la política exterior y de seguridad de una Europa a veintisiete ya no puede basarse en el principio de unanimidad. Perpetuar el poder de veto es una manera formidable de debilitar la UE e impedir que desempeñe un papel autónomo y relevante en el tablero internacional.
Sábado 7 de octubre, Franja de Gaza: al amanecer, en el 50º aniversario de la guerra del Yom Kipur, más de 2.000 milicianos de Hamás entran en Israel a través de 29 brechas en la barrera que rodea el territorio gazarí. Una incursión llevada a cabo por una guerrilla muy bien organizada y adiestrada para cometer un infierno de atrocidades contra civiles inocentes y desarmados, incluidos niños y bebés. Los demonios de Hamás emergieron de su Averno con una furia asesina que nos recordó a los fanáticos sanguinarios del Dáesh – a pesar de las diferencias doctrinales y organizativas que existen entre ambos grupos.
Vivimos tiempos difíciles, de cambios rápidos y profundos, en los que las certezas del pasado se quedan a menudo obsoletas. Nuestros tejidos sociales, ya muy tensados por una crisis tras otra, no necesitan ni ángeles ni demonios, sino cordura y pragmatismo.
Michele Testoni
¿Por qué tanta violencia? Como afirma en su carta fundacional, el Movimiento de Resistencia Islámica pretende “destruir” Israel a través de una guerra santa, la única solución – dicen – para sanar y purificar la herida del colonialismo judaico-occidental y devolver a los palestinos-musulmanes sus hogares, su dignidad y, sobre todo, su tierra sagrada. Un programa enraizado en el irredentismo nacionalista y en el extremismo religioso. Un deseo de justicia y redención social tan exasperado que desemboca en la brutalidad terrorista y, por tanto, la deshumanización del otro.
No obstante, Hamas sabe que su propósito no es realista. El verdadero objetivo de todos los grupos terroristas es llamar la atención. Lo que definimos “señalización costosa” (costly signaling): demasiado débiles para imponer su voluntad, pero lo bastante fuertes para modificar la actitud de la opinión pública (nacional o internacional) persuadiéndola de que sus reivindicaciones son justas mediante ataques simbólicos o provocando una reacción exagerada del enemigo. Una estrategia política y mediática de un cinismo impresionante y, por tanto, a menudo eficaz. El brutal asesinatos de más de 1.400 israelíes inocentes y, al mismo tiempo, la muerte de miles de gazaríes enjaulados en la Franja y bombardeados por la represalia de Netanyahu son exactamente lo que Hamás quería: que Israel pasara de víctima a agresor y responsable de crímenes de guerra, que el sacrificio de la población palestina se convirtiera en una palanca para condenar el expansionismo sionista, y que una nueva generación de árabes y palestinos se rebele y pase a la lucha armada.
La sangre de la frustración, del desamparo y del odio es lo de que se alimenta el ángel caído. Al mismo tiempo, estos sentimientos crecen y prosperan debido, por un lado, al fundamentalismo de los demonios terroristas y, por el otro, al descaro y la arrogancia de un ángel democrático que utiliza sus legítimas preocupaciones de defensa nacional para sobreactuar, seguir violando el derecho internacional y, de esta manera, contribuir a alejar las posibilidades de un acuerdo de paz equitativo y duradero. Un callejón aparentemente sin salida debido también a la falta de acuerdo entre las grandes potencias y, por último, pero no menos importante, las discrepancias entre los países occidentales.
Como acaba de decir el expresidente estadounidense Barack Obama en un acto: “Lo que hizo Hamás fue horrible y no hay justificación para ello. Y lo que también es cierto es que la ocupación, y lo que les está pasando a los palestinos, es insoportable.”
Vivimos tiempos difíciles, de cambios rápidos y profundos, en los que las certezas del pasado se quedan a menudo obsoletas. Nuestros tejidos sociales, ya muy tensados por una crisis tras otra, no necesitan ni ángeles ni demonios, sino cordura y pragmatismo.
Termino repitiendo lo que escribí al principio: la realidad no es un cómic o un cuento de los hermanos Grimm, sino una obra hecha de muchos claroscuros; muchos más de los que a veces creemos.

Michele Testoni es profesor asociado de IE School of International Relations desde 2013. También es profesor invitado en el Global Economy and Social Affair Master (GESAM), un programa conjunto administrado por la Universidad de Venecia Ca’ Foscari y la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Su investigación se centra en seguridad internacional, prestando especial interés a la política exterior de Estados Unidos y la OTAN. Ha publicado en varias revistas como la European Security y Quaderni di Scienza Politica. Es miembro de la Asociación Española de Ciencia Política y de la Administración (AECPA) y de la Transatlantic Studies Association (TSA), donde también forma parte del Comité Ejecutivo.
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