El verano es por lo menos en el hemisferio norte, la estación de la luz: los días son más largos, socializamos más y nos acostamos más tarde. Más luz significa más calor: en verano, nuestra sensación del tiempo y de los hechos es más dilatada, nos percibimos más ociosos. La luz y el calor nos deslumbran y, en cierto modo, nos desorientan.
El verano es temporada de vacaciones y, por ello, parece que no ocurre nada, que no hay nada relevante de que hablar. De hecho, es normal que al final de verano deseemos “volver a la rutina”: el trabajo, las amistades, el gimnasio, las contiendas políticas, los partidos de la Champions League, etc.
Este verano, sin embargo, ha sido algo diferente. Hubo, en efecto, muchos acontecimientos a escala global sobre los que hablar y reflexionar. Hablo de episodios y situaciones sin aparente conexión, cuyas causas siguen siendo confusas, incluso irracionales, y cuyas consecuencias permanecen inciertas, a la merced de la imprevisibilidad de las inconsecuencias humanas. Unos rompecabezas, a menudo disfrazados de farsa, aún más complejos y difíciles de resolver debido a la canícula del verano.
Empecemos por Rusia y el “affaire Prigozhin”. ¿Está el fundador y líder de las brigadas mercenarias Wagner verdaderamente muerto? Jamás tendremos la certeza de que su accidente no fue una ficción teatral. No hay alternativa sino aceptar la versión oficial. No obstante, abundan las preguntas sin respuesta: ¿por qué se rebeló? ¿Por qué su motín duró tan poco tiempo? ¿Qué se le prometió y con qué, de verdad, se le amenazó? Finalmente, ¿el fallecimiento de Yevgeny Prigozhin aumenta o reduce la probabilidad de un alto-el-fuego en Ucrania?
Entender lo que pasa en Rusia nunca ha sido fácil, sobre todo cuando ese maravilloso país está gobernado por un líder despótico y autocrático (le suele pasar a menudo). La famosa frase de Winston Churchill sobre Rusia – “un acertijo, envuelto en un misterio, dentro de un enigma” – sigue describiendo de manera muy eficaz las dificultades históricas de las sociedades occidentales para interpretar la lógica de los procesos de toma de decisiones en el Kremlin.
No sé si Putin ha salido reforzado tras la desaparición de Prigozhin o, al revés, si Rusia, como ha escrito Vladislav Zubok, se está encaminando hacia un nueva época de inestabilidad política y fragmentación territorial. Lo que el verano nos deja, esto sí, es una imagen de debilidad del aparato estatal y militar ruso, anclado a una claustrofobia eslava arcaica y rabiosa, y pegado a una identidad ortodoxa aún más vetusta y decadente. ¡Un gran país que, además, se pone a dialogar con Corea del Norte! ¿Qué puede salir mal?
La muerte de Prigozhin y el futuro incierto del grupo Wagner nos llevan a África, en particular la región del Sahel. Una franja de absoluta relevancia internacional – aunque a menudo olvidada – debido a su posición estratégica: un cruce entre Europa, el África subsahariana y América Latina, en el que abundan tanto comercios legales como tráficos ilegales. El Sahel es la mayor “arena movediza geopolítica” del mundo, un área plagada por la desertificación, la explosión demográfica, la pobreza y la violencia perpetrada por grupos armados vinculados al terrorismo yihadista.
Acabo de darme cuenta de que, quizás, la mayor charada de este verano proceda de Estados Unidos: el fichaje policial, en Atlanta, del expresidente Donald Trump por intentar revertir el resultado electoral del noviembre de 2020, fue una foto histórica
Michele Testoni
Es posible que el golpe de Estado en Níger, tras las sublevaciones militares de Malí (mayo de 2021) y Burkina Faso (enero de 2022) y el comienzo de una nueva guerra civil en Sudán (abril de 2023), represente un “punto de inflexión” para aquella parte del mundo. Sin embargo, aún no sabemos si los acontecimientos nigerinos son principalmente una reacción anti francesa, de la que Rusia podrá seguir beneficiándose – de hecho: Putin no va a desmantelar la Wagner, necesita a esos mercenarios, a lo mejor intentará englobarla. Prefiero la posición más articulada de Ebenezer Obadare: el resentimiento anti occidental de muchos africanos no es sinónimo de simpatías prorrusas; es más bien el estallido de unos sentimientos de descontento y enfado, una voluntad de acabar con prácticas de explotación neocoloniales, corrupción y gobiernos patrimonialistas. Pero, me pregunto, ¿es este “contagio autocrático” (el golpe de Estado en Gabón, por último) la solución para los problemas de África?
Será interesante seguir observando lo qué harán en Níger tanto la CEDAO (la Comunidad Económica de Estados de África Occidental), en particular su miembro principal, Nigeria, como sus socios occidentales: ¿negociación para encauzar la vuelta a la normalidad en un país clave para la lucha al terrorismo y la producción de uranio, o intervención militar? La tormenta de arena que ofusca nuestra mirada sigue en el aire.
África nos lleva a China, el principal socio económico y comercial de ese continente. Pero, ¿qué le ocurre al gigante asiático? Los datos macroeconómicos internos no son nada buenos, se habla de una “época de estancamiento”. El detonante de esta situación, por lo menos en el corto plazo, ha de encontrarse en el sector inmobiliario y de las infraestructuras (actividades que representan entre el 20 y el 30 por ciento de la actividad económica nacional): una crisis, cuya dimensión e impacto podrían ser mucho más grandes de lo que sabemos por los datos oficiales, que está dando lugar a ramificaciones negativas para la situación patrimonial de los hogares, la deuda de los gobiernos locales y, por ende, la sostenibilidad del sector financiero. Incluso hay quienes se preguntan si la crisis china es algo fisiológico, una ralentización progresiva de su crecimiento económico, o si nos estamos acercando a un “momento Lehman”, es decir, una nueva crisis sistémica global parecida a la que vivimos entre 2007 y 2009.
¿Qué efectos geopolíticos va a tener la desaceleración china? Por ejemplo: ¿la política exterior de Pekín se volverá más prudente y moderada o, al contrario, más agresiva e irredentista? La historia nos enseña, de hecho, que el nacionalismo militarista es una de las excusas más utilizadas por los gobiernos para mantener el consenso interno en períodos de recesión económica. Sin embargo, la opacidad de las elites chinas no es un estereotipo, sino una incógnita persistente.
En este, muy personal, juego de la oca por el mundo hay un atajo que, de China, nos conduce de vuelta a África, especificadamente a la Cumbre BRICS de Johannesburgo. Su momento álgido ha sido la expansión del grupo a seis nuevos países (Arabia Saudí, Argentina, Egipto, Emiratos Árabes, Etiopía e Irán), un bloque que ahora combina aproximadamente el 40 por ciento del PIB mundial.
Varios comentadores, probablemente ajenos a los asuntos globales, han visto en esta cumbre el intento de China de crearse su propia esfera de influencia. Un hecho que está muy lejos de la realidad. El nuevo grupo no es ni una alianza militar, ni una unión comercial o monetaria: no se puede equiparar ni a la OTAN, ni a la UE, ni al G20 – donde muchos de estos países ya están. El BRICS+, como parece que se va a llamar, apunta más bien a ser una alternativa al G7 por parte de las principales economías no occidentales. Un intento pragmático y realista de que el “sur global” regrese al centro de la escena mundial – un G77 versión 2.0.
Es correcto afirmar que la cumbre no es un éxito para China: hablamos de un grupo muy heterogéneo que, por el momento, no tiene ningún proyecto de trabajo común sino, como dicho, el gran objetivo de plantar cara al Occidente. Además, tanto en Johannesburgo como en la cumbre del G20 presidida por Bharat (el nuevo nombre de la India), China ha mostrado, una vez más, una cara pragmática y bastante desinteresada a la resolución de la guerra en Ucrania. Y con el ingreso de Riad y Teherán en el BRICS+, Pekín necesita una agenda de gobernanza aún más multilateral. ¿Cuál será el próximo paso?
Acabo de darme cuenta de que, quizás, la mayor charada de este verano proceda de Estados Unidos: el fichaje policial, en Atlanta, del expresidente Donald Trump por intentar revertir el resultado electoral del noviembre de 2020, fue una foto histórica. Trump, con aquella mirada tan exasperada y trastornada, parecía el villano de una película de superhéroes, un Joker con traje y corbata desafiando a las autoridades de Gotham City. El problema es que, a pesar de todo esto, Trump lidera, y con un margen muy amplio, las encuestas entre los candidatos republicanos para las elecciones presidenciales del año que viene.
Disculpen ustedes: ¿alguien dijo Argentina y Javier Milei?
Tendremos más ocasiones para seguir hablando de todo esto.

Michele Testoni es profesor asociado de IE School of International Relations desde 2013. También es profesor invitado en el Global Economy and Social Affair Master (GESAM), un programa conjunto administrado por la Universidad de Venecia Ca’ Foscari y la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Su investigación se centra en seguridad internacional, prestando especial interés a la política exterior de Estados Unidos y la OTAN. Ha publicado en varias revistas como la European Security y Quaderni di Scienza Politica. Es miembro de la Asociación Española de Ciencia Política y de la Administración (AECPA) y de la Transatlantic Studies Association (TSA), donde también forma parte del Comité Ejecutivo.
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