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Cien años de Kissinger

Dentro de unos días se celebra un aniversario muy especial: el próximo 27 de mayo, Henry Kissinger cumplirá 100 años.

Su nombre e incluso su rostro son un emblema del mundo de las relaciones internacionales. El que fue el príncipe de la política exterior estadounidense entre 1969 y 1977 sigue suscitando reacciones visceralmente opuestas. Para algunos, el artífice de grandes triunfos diplomáticos: la distensión con la URSS, la apertura a la China comunista, el final de la guerra del Vietnam (ganó por ello un Nobel por la Paz) y las negociaciones entre árabes e israelíes. Para otros, el máximo intérprete de un uso sin escrúpulos del poder, el mayor responsable de unas de las páginas más sombrías de la “presidencia imperial” norteamericana, según la famosa definición de Arthur Schlesinger, como, por ejemplo, los bombardeos secretos de Camboya y su controvertido papel en el “Plan Cóndor” en América Latina, especialmente el golpe chileno de 1973.

El adjetivo “kissingeriano” se ha convertido en todo un paradigma: el prototipo del maquiavelismo adaptado a la realidad del siglo XX, un fetiche de aquella realpolitik en la que el decisor político necesita ser “fuerte como un león y astuto como un zorro”, desarrollando la doctrina de política exterior que mejor se adapte a las circunstancias del momento y ejecutándola de la manera más eficaz. Su pregunta (muy impertinente) sobre la debilidad europea de los años 1970s, “¿A quién llamo si quiero llamar a Europa?”, se ha transformado en una expresión de uso común, unas de las citas más populares entre los comentaristas más desconfiados de asuntos europeos.

Sin embargo, es precisamente esta banalización de su legado lo que corre el riesgo de convertir a Henry Kissinger en algo desconocido para muchos. Tan trascendente fue su conducta como Consejero de Seguridad Nacional y Secretario de Estado, y luego asesor, autor y conferenciante, que el pensamiento de Kissinger acaba esterilizado por su propia celebridad; lo que perjudica al propio Kissinger, reducido a un icono pop tan mencionado como poco leído, y a los demás, ignaros de las reflexiones de una de las figuras más decisivas e innovadoras en la historia de la política exterior de EE.UU.

No es mi intención reconstruir su biografía ni su trayectoria política: para ello, lo mejor es sin duda leer los libros escritos por el “Gran Viejo”, fuentes inagotables de anécdotas y reflexiones de un protagonista absoluto de la Guerra Fría, y las innumerables publicaciones sobre su acción y sus ideas – baste mencionar las obras de historiadores del calibre de Mario Del Pero, Niall Ferguson, John L. Gaddis, Jussi Hanhimäki y Jeremi Suri.

Tampoco pretendo cuestionar sus “contorsiones estratégicas” respecto a la relación entre la OTAN y Rusia, las responsabilidades de la guerra en Ucrania y el futuro posicionamiento internacional de Kiev. Por el contrario, admitir que uno se ha equivocado es señal de gran honestidad intelectual, algo de lo que, en efecto, Kissinger nunca ha carecido.

Cien años de vida, y obras, de Kissinger nos dejan un legado complejo y en constante evolución política e intelectual. ¿Qué lecciones debemos aprender? Yo elijo dos: que no se pueden entender las relaciones internacionales sin el realismo político (tanto sus fuerzas como sus debilidades), y que no se puede analizar la política exterior, especialmente la de las grandes potencias, prescindiendo de sus características domésticas más profundas

Michele Testoni

Mi ambición, en este conciso y muy personal homenaje, es recordar a mis lectores sus dos primeros libros, ambos de 1957, cuando Kissinger era todavía un joven (34 años), pero ya muy prometedor, profesor de la Universidad de Harvard. Dos libros revolucionarios, destinados a cambiar no sólo su carrera profesional, tanto en el plano académico como en el de las conexiones personales, especialmente su amistad con Nelson Rockefeller; sino también la estrategia de EE.UU. en su enfrentamiento con la URSS, sobre todo la manera de entender el papel de las armas nucleares – lo que el genio de Stanley Kubrick escenificó magníficamente en su película “Dr. Strangelove”.

El primero, Nuclear Weapons and Foreign Policy, atrajo la atención de académicos, políticos y todo tipo de “expertos en asuntos estratégicos” por su visión estimulante y provocadora (la típica marca kissingeriana): en él, criticaba la doctrina nuclear de la “represalia masiva” de la administración Eisenhower que, en su opinión, se había vuelto inadecuada para hacer frente a los profundos cambios tecnológicos y geopolíticos de aquellos años, proponiendo el uso de armas nucleares “tácticas” (cabezas nucleares más pequeñas y, por tanto, menos devastadoras) en un contexto de “guerras limitadas”. Sus palabras, por supuesto, causaron una gran controversia, y no sólo por razones éticas. No obstante, fueron pioneras en revelar la estrechísima relación que existe entre innovación y estrategia, entre superioridad tecnológica y hegemonía global. Eran los años del “sueño racionalista” aplicado a la defensa, de Thomas Schelling y los “Whiz Kids” de Robert McNamara; pero la perspectiva de Kissinger, sobre todo si la aplicamos a nuestros tiempos, caracterizados por un regreso de la competición entre grandes potencias, destaca por su actualidad.

El segundo, A World Restored: Metternich, Castlereagh and the Problems of Peace, 1812-22, tiene un título y un enfoque histórico tan extravagantes que es imposible que pase desapercibido. Basado en su tesis doctoral, el objetivo del libro fue explicar cómo Europa supo salir de un periodo tan caótico como el de la revolución francesa y las guerras napoleónicas y establecer un orden internacional que, a pesar de varias transformaciones, perduró durante un siglo, desde el Congreso de Viena hasta la Primera Guerra Mundial. Para Kissinger un orden internacional es eficaz y duradero cuando garantiza una situación de equilibrio general de poder; por ello, no debe ser considerado justo, sino legítimo, es decir, sus principios y mecanismos deben ser aceptados por todas las grandes potencias.

La diplomacia europea del siglo XIX, según Kissinger, ofrece un ejemplo para los EE.UU. del siglo XX. Su convicción es que las lecciones de la historia no son sólo útiles, sino de importancia vital para los analistas y decisores políticos de nuestra época: en particular, que hay que aceptar el mundo por lo que es, sin desear que funcione según aspiraciones ideales subjetivas, y por lo tanto ser consciente de que existen límites y restricciones al ejercicio del poder. Los Estados Unidos, nación históricamente ajena a las reglas áureas de la realpolitik, deben aprender a afrontar “la cruda realidad” (the stark reality) y, en consecuencia, ajustar su estrategia de política exterior como otros países tuvieron que hacerlo a lo largo de la historia: “sin escapatoria y sin tregua” (without escape and without respite).

Kissinger fue víctima de su propia misión cultural y pedagógica. Como explicado por Mario Del Pero en The Eccentric Realist”, su nueva narración reconoció la necesidad de crear, y basarse en, un nuevo consenso doméstico – lo que él hizo siempre con mucho cuidado y diligencia; lo que no logró doblegar fue el ímpeto “excepcionalista” estadounidense, tanto en la izquierda (Carter) como en la derecha (Reagan). Un espíritu idealista y “revolucionario” profundamente arraigado en la cultura estratégica norteamericana que se rebeló contra el dictamen pragmático y “conservador” de aquel Henry/Heinz Kissinger que, claro está, pretendía “europeizar” una sociedad que, desde su fundación, ha edificado su identidad nacional sobre una relación de herencia/difidencia con Europa. La distensión entre los Estados Unidos y la Unión Soviética fracasó debido a fuerzas centrífugas que, tanto a escala mundial como nacional, él mismo intentó encauzar y limitar.

Cien años de vida, y obras, de Kissinger nos dejan un legado complejo y en constante evolución política e intelectual. ¿Qué lecciones debemos aprender? Yo elijo dos: que no se pueden entender las relaciones internacionales sin el realismo político (tanto sus fuerzas como sus debilidades), y que no se puede analizar la política exterior, especialmente la de las grandes potencias, prescindiendo de sus características domésticas más profundas.

Por eso Henry Kissinger sigue siendo un ejemplo y un maestro.

Michele Testoni  es profesor asociado de IE School of International Relations desde 2013. También es profesor invitado en el Global Economy and Social Affair Master (GESAM), un programa conjunto administrado por la Universidad de Venecia Ca’ Foscari y la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Su investigación se centra en seguridad internacional, prestando especial interés a la política exterior de Estados Unidos y la OTAN. Ha publicado en varias revistas como la European Security y Quaderni di Scienza Politica. Es miembro de la Asociación Española de Ciencia Política y de la Administración (AECPA) y de la Transatlantic Studies Association (TSA), donde también forma parte del Comité Ejecutivo.

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